La historia que tengo con el tejido se generó desde muy temprana edad, cuando pude comprender que un conjunto de hilos se entrelaza para formas estructuras maravillosas y que la creación estaba ligada a mis manos y mi mente, así comenzó un camino, un hilo invisible que, sin darme cuenta, me llevaría a crear Arácnida, proyecto que me ha permitido compartir mi pasión por los textiles andinos con muchísimos alumnos e investigadores.
2003

Cuando tenía 12 años me fui a vivir con mi abuelita al distrito del Rímac (Lima). Todos los días los chicos salíamos a jugar en la cuadra y fue ahí donde aprendí a tejer pulseras en macramé, técnica de nudos que se volvió popular en el barrio. Una chica mayor que nosotros, nos enseñó los puntos más básicos, pero en una enorme curiosidad y ganas de seguir tejiendo, armaba y desarmaba pulseras para descubrir el misterio que guardaban. Por varios años estuve experimentado hasta que un día logré comprender conscientemente la estructura del nudo y el movimiento de los hilos que daban sentido a un sinfín de posibilidades, fue en ese instante donde inocentemente me sentí feliz. La sensibilidad que me aportó la comprensión en el hacer y en lo más profundo de la creación, me dieron las bases para tejer múltiples técnicas textiles y apreciar todo tipo de tejidos.
Por muchos años seguí tejiendo en macramé,
descubriendo muchas formas y diseños, pero este oficio no sería una opción a dedicarse, así que con mucho esfuerzo postulé a San Marcos y a los 20 años comencé a estudiar Historia del Arte, en los primeros ciclos de la carrera llevé el curso de “Arte del Perú Antiguo”, donde la profesora Patricia Victorio presentaba imagen tras imagen de una excelente tradición textil, que antes no había podido apreciar de esa manera. Tengo el vivo recuerdo de la impresión y las ganas de aprender a tejer lo que esos hombres y mujeres habían tejido hace miles de años atrás.
Motivada por este encuentro, emprendí mi búsqueda hacia quienes serían mis maestros, y no saben lo difícil que fue encontrar información en mi pequeño entorno alejado de esos temas.
Mi primer maestro en estás artes tradicionales fue Salomé Rojas, él dictaba el taller de telar de cintura en el Museo de la Cultura Peruana, todo un reto que me fascino porque desde que era niña no asimilé que había distintas estructuras y formas de tejer más allá de los nudos; esta fue la puerta a los tejidos tradicionales que me mostró un universo que quería seguir recorriendo. Luego vinieron los talleres con el maestro Andrés Yntusca, gran artesano y docente que en el Museo de Arqueología y Antropología de San Marcos, enseñaba de manera muy didáctica a realizar réplica de textiles del antiguo Perú, una labor invaluable y comprometida de la cual surgió una comunidad de tejedoras hasta hoy vigente.
Algunos Años más tarde
como parte de la carrera llevé un curso electivo sobre Arte textil peruano, con la profesora Sara Acevedo, una oportunidad que completaba mi comprensión del enorme y valioso legado textil del Perú, gracias a este curso realicé una investigación en el pueblo de Sarhua – Ayacucho, ahí puede comprender que nuestra tradición textil aún seguía viva. Este viaje fue un descubrimiento, porque siendo de Lima, nieta de migrantes (Ayacucho y Cajamarca), conviví muy de cerca con el desarraigo que generó la discriminación en mi país. Todas las tradiciones que pudieron formar parte de mis vivencias simplemente se borraron en la enorme ciudad y es así como muchos desconocemos que nuestras tradiciones siguen presentes en pueblos que resistieron y conservaron este legado.
En pandemia
conocí a Gracilino Achalma, ayacuchano residente en Lima que se dedica a la venta de ceviche en el mercado que está cerca a mi casa. Todos los días le compraba y fue ahí donde surgieron las conversaciones, me comentó que su esposa, su madre y él tejían, que sus hijos ya no, porque estaban dedicados a otras labores en la ciudad. Gracilino me mostró sus cordones, ya no recordaba muy bien como hacerlos y yo estaba justo aprendiendo, así que me comenzó a enseñar y recordar; tejía super rápido, como quien tiene el oficio aprendido desde la infancia, con la comprensión en la mente y en el cuerpo; hice muchos esfuerzos en seguirlo y entender lo que me estaba entregando. De esta forma aprendí a tejer variados tipos de cordones que fueron la base para seguir el camino del trenzado.
Tejiendo cordonería me vinculé con temas de cosmovisión andina y pude asociarlo a mis prácticas,
pues encontré una relación estrecha entre el tejido y esta forma de entender la vida.
Me di cuenta de que muchos de los conceptos que aprendí se materializaban cuando tejía, por ejemplo, la unión de los opuestos complementarios como las tramas y las urdimbres que al tejerse dan vida a la pieza, también la ciclicidad que es transitar constantemente en el hacer cuando tejemos. Y tejer, me ha ayudado a no solo interpretar imágenes y colores, sino a ver en profundidad los movimientos corporales asociados a la mente y el desarrollo cognitivo que se genera con la acción de formar estructuras textiles enlazadas a una manera de ver la vida y el cosmos.
Con el pasar de los años tuve certeza de que el hacer textil y la investigación serían parte de mi vida,
estaba dispuesta a vivir de lo que amaba, con el miedo de habitar una sociedad que aún no entiende la importancia de su cultura y tradición. Ni mi familia entendía del todo mi pasión por los textiles y el mundo andino, sin embargo, seguí luchando por el ese sueño que hoy me sostiene.
Como parte de este recorrido, comencé a dictar talleres desde el 2012,
porque quería que todo el que quisiera adentrarse en este mundo del tejido y la cosmovisión andina, tuviera la oportunidad de encontrar un lugar amoroso y comprometido. Fue ahí donde descubrí que enseñar me seguía enseñando porque para compartir tenía que comprender mucho más de lo que ya había aprendido. A partir de eso en el 2019 creé Arácnida, mi arañita que genera redes impensables para aquella niña que comenzó entendiendo un nudo sin saber que el tejido de la vida le tenía preparado este camino.
Gracias por leerme
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